Una tarde mientras cuidaba el patio de los cipreses, Ahmose vio a Nefertari caminando con Baketamon. No se veían elegantes; Nefertari vestía un lino común y el velo no tapaba su cara. Estaba como encorvada y caminaba lento. Baketamon le hablaba suave.
Ahmose vio cómo Nefertari se paró junto a una fuente y tocó el agua, como buscando algo de paz. Miró lejos y Ahmose sintió algo raro. No era solo lástima; era una preocupación grande, una necesidad de quitarle esa pena.
Hori llegó, terminando su ronda, y se paró al lado de Ahmose. Vio hacia dónde miraba.
—La muchacha como que no está contenta con lo que le va a pasar, ¿verdad? —dijo Hori—. Se dice que el príncipe Menkat es medio mala gente. Solo le gusta el poder.
Ahmose no dejó de ver a Nefertari.
—Qué mal. Se ve como… un alma libre encerrada.
Hori lo miró de lado, sonriendo con picardía.
—Mira tú. ¿Ahmose, el tipo duro, sintiendo