Capitulo 6

Después, en un descanso de la cena, Menkat fue a saludar a gente importante que acababa de llegar. Nefertari aprovechó para tomar aire fresco en una terraza al lado del salón. Baketamon, siempre atenta, se acercó.

—Mi señora, ¿necesitas algo? Estás… pálida.

Nefertari suspiró, llenando sus pulmones de aire fresco.

—Solo aire, Baketamon. Y un poco de silencio. Él no para de hablar.

—Es alguien importante, mi señora. Tiene mucho que decir —dijo Baketamon, intentando no ofender.

—No me dice nada, Baketamon. Solo habla de él. Y cuando me mira, no me ve. Ve a la hija del visir, la que le dará más poder. Es como si fuera un objeto.

Baketamon no supo qué decir. Nefertari estaba muy frustrada.

Mientras tanto, Menkat, sin saber que Nefertari no lo soportaba, hablaba con Rekhmire, su consejero, en un rincón del salón. Rekhmire, un hombre delgado y listo, escuchaba con atención, mostrando respeto.

—La señorita Nefertari es una joya, príncipe —dijo Rekhmire, con sonrisa falsa—. Un buen partido para usted.

Menkat asintió, mirando a Nefertari en la terraza.

—Lo es. Bonita, bien educada. El visir Paser hizo un buen trabajo. Con ella, seré más poderoso en la corte. El faraón Amonhoteph tendrá que reconocerme.

Rekhmire sonrió.

—Su Alteza es muy inteligente. Esta unión no es solo una boda, es un plan. Un plan que lo hará el más importante.

Menkat se rio entre dientes.

—Exacto, Rekhmire. Exacto.

La noche siguió con más discursos y más historias de lo grande que era Menkat. Nefertari sonreía, asentía y decía lo correcto, pero se sentía más sola que nunca.

El Gran Salón de las Columnas estaba a tope con una fiesta nocturna. Las lámparas colgaban de cadenas doradas y daban luz suave a los invitados que llevaban túnicas de lino y joyas brillantes. La música de arpas y flautas se mezclaba con las conversaciones y risas. Olía a vino de dátiles y flores raras y perfumes caros.

Ahmose estaba de guardia en una de las entradas al salón, recto como un palo y con cara de profesional. A su lado, Hori estaba atento, pero echaba miradas curiosas a la gente. Sus ojos, entrenados para ver si había algún peligro, ahora también miraban a la gente rica.

—Mucha gente, muchas risas falsas —dijo Hori en voz baja—. ¿Tú qué crees, Ahmose?

Ahmose tardó en contestar. Estaba mirando todo el lugar, buscando algo raro. Estaba asignado a esta parte del palacio, cerca del centro de la fiesta, porque sabía que Nefertari estaría allí.

—Es nuestro trabajo, Hori —dijo Ahmose en voz baja—. Mantener el orden.

—Sí, el orden. Y el aburrimiento —respondió Hori—. Aunque tengo que decir que Nefertari es preciosa. Brilla más que todas las joyas que llevan esas señoras.

Ahmose sintió algo en el pecho al oír el nombre de Nefertari. La buscó con la mirada. Nefertari estaba cerca del centro del salón, con el príncipe Menkat. Llevaba un vestido blanco con bordados dorados y un adorno sencillo pero bonito en el pelo. Era la más guapa de todas, su belleza natural hacía que las demás parecieran menos llamativas.

Pero Ahmose no solo se fijó en lo guapa que era, también en lo que expresaba. Su sonrisa era falsa, no se reflejaba en sus ojos. Y aunque estaba erguida, parecía tensa, como si se estuviera encogiendo. Menkat estaba hablando con unos nobles, moviendo mucho las manos, y de vez en cuando le ponía la mano en la espalda a Nefertari, como si fuera suya. Nefertari se movía un poco cada vez que la tocaba y buscaba algo en el salón.

Ahmose se preocupó. No era solo la doncella del visir, sino una mujer que parecía incómoda, casi atrapada. Sintió la necesidad de protegerla, igual que protegía al faraón, pero de otra manera, más personal.

—El príncipe Menkat parece… muy cerca de ella —dijo Hori, sacando a Ahmose de sus pensamientos. Hori se había dado cuenta de que su amigo estaba mirando a Nefertari.

—Es su prometida —respondió Ahmose, con la voz un poco más seria de lo que quería.

Hori arqueó una ceja.

—Sí, claro. Pero la forma en que la mira… parece que es de su propiedad. Y ella… no parece muy contenta.

Ahmose no dijo nada, pero las palabras de Hori le hicieron pensar. Vio a Menkat acercarse y decirle algo al oído a Nefertari. Ella asintió, pero dejó de sonreír. Menkat se rió a carcajadas y Nefertari bajó la mirada, tensa.

Ahmose se enfadó un poco. No debía. Era peligroso. Un guardia no tenía que enfadarse por cómo un príncipe trataba a su prometida. Tenía que ser disciplinado, leal y obediente. Pero la imagen de Nefertari, tan indefensa en medio de tanta riqueza, le afectó mucho.

Hori, que era muy observador, notó que Ahmose se había puesto tenso.

—¿Estás bien, Ahmose? Parece que… estás muy concentrado en el centro del salón.

Ahmose dejó de mirar a Nefertari y se fijó en otra cosa.

—Solo estoy observando, Hori. Es nuestro trabajo.

—Sí, claro, el trabajo —murmuró Hori—. Pero tu trabajo parece que tiene un objetivo claro esta noche. No es la primera vez que te veo así, amigo.

Ahmose no hizo caso de lo que dijo su amigo, pero sabía que tenía razón. Le gustaba Nefertari. Desde que se vieron en el jardín, no podía dejar de pensar en ella.Cada vez que la veía, aunque fuera de lejos, sentía algo especial, se preocupaba por ella. Era una atracción fuerte, que no tenía nada que ver con su vida.

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