68
La noche se hizo más oscura. El Nilo seguía fluyendo. El barco se movía en la oscuridad. Ahmose regresó. Traía consigo dos trozos de pan y un trozo de carne seca. Le dio uno a Nefertari y otro a Baketamon.
—Es todo lo que tenemos —dijo—. Tenemos que racionar.
Nefertari miró el pan. Era duro. La carne, salada y seca. Su estómago se revolvió. En el palacio, el pan era suave. La carne, asada. Pero el hambre era más fuerte que su repulsión. Tomó un bocado. Masticó. El sabor del pan aunque duro era dulce. La carne aunque seca era deliciosa. Se la comió toda.
Ahmose la miró con una sonrisa.
—¿Qué? —preguntó Nefertari, sintiendo vergüenza.
—Nada. Solo que la Princesa de Menfis tiene buen apetito.
Nefertari se rió. Baketamon también se rió. La tensión se rompió. El miedo se desvaneció un poco. Por un momento, no eran la Princesa y su doncella. Eran solo dos mujeres, en un barco, en la oscuridad. Dos mujeres que habían escapado. Dos mujeres que tenían hambre.
El barco navegó. El Nilo era un