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La luz de luna caía sobre los jardines del palacio, bañando las flores y los árboles en un resplandor fantasmal. Nefertari, con una túnica oscura para no ser vista, caminaba por los pasillos silenciosos. Baketamon a su lado sostenía una pequeña lámpara de aceite.
—¿Estás segura de esto, mi señora? —susurró Baketamon. —Es demasiado peligroso. Si nos descubren…
—No nos descubrirán —dijo Nefertari—. Tengo que verlo.
Llegaron al estanque de lotos. El agua reflejaba la luna. Ahmose estaba allí, de pie en la orilla. Estaba esperando. Cuando la vio se movió con la gracia de un depredador. La rodeó con los brazos y la apretó contra su cuerpo. Nefertari sintió el calor de su cuerpo. Se sintió a salvo.
—Pensé que no vendrías —susurró Ahmose.
—Tenía que hacerlo. Tengo que contarte algo. Menkat…
—Ya lo sé —dijo Ahmose. Se apartó un poco para mirarla a los ojos—. Me lo ha dicho Hori. Nefertari… me ha dicho de la huida.
—Lo sé. Me ha dicho que Menkat lo ha sobornado. Le ha prometido oro. Una vid