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Caminaban por los callejones estrechos de Menfis, llenos de basura y animales que huían de su presencia. El silencio era primordial. Nefertari caminaba junto a Ahmose, sintiendo la tensión en sus músculos. Su corazón latía con la fuerza de un tambor. Cada sombra era un enemigo. Cada sonido era un peligro.
—Estamos cerca del puerto —susurró Ahmose.
Nefertari levantó la vista. Vio las luces de las lámparas de aceite que brillaban en el puerto. El sonido del agua, de los barcos que se movían en la oscuridad, era un canto de sirena. La libertad estaba cerca.
Pero de repente Ahmose se detuvo. Sus ojos fijos en la oscuridad se entrecerraron.
—¿Qué sucede? —susurró Nefertari.
—Hay un sonido —dijo Ahmose..
Un sonido. El sonido de las botas de un soldado que marchaba por la noche. Un sonido que no era de la corte, sino de los guardias personales de Menkat. El sonido era un eco en el callejón. Se acercaba.
—Nos han seguido —dijo Nebu. Su mano se dirigió a su espada.
—Aún no —dijo Ahmose—. Es