62
Ahmose abrió la puerta. Hori, su mejor amigo, estaba parado allí, envuelto en una capa oscura que ocultaba su uniforme. Su rostro estaba pálido, sus ojos hundidos, y en su semblante se dibujaba una agonía que Ahmose nunca antes había visto. No había tiempo para preguntas.
—Pasa —dijo Ahmose, tirando de él hacia el interior de la habitación. Cerró la puerta con llave, la daga todavía en su mano.
—¿Qué haces aquí, Hori? —preguntó Ahmose—. Se supone que estás haciendo guardia en el palacio. ¿Ocurre algo con Nefertari?
Hori no respondió de inmediato. Se quedó de pie en el centro de la habitación, sus manos temblaban ligeramente. Levantó la vista hacia Ahmose.
—Ahmose… —comenzó Hori—. He hecho algo… imperdonable.
El corazón de Ahmose dio un vuelco.
—Habla, Hori. ¿De qué estás hablando? ¿Qué ha pasado?
Hori cerró los ojos. —Fui sobornado, Ahmose —confesó Hori—. Por Menkat. Por Rekhmire.
Ahmose sintió que el mundo se le venía encima. El soborno. Su mente intentaba procesar la información,