Nefertari sintió un escalofrío en la espalda. Las palabras eran duras pero reales y necesarias. —Y mi padre… Paser. Tiene mucha ambición. Si esto se supiera, su reputación, su puesto… todo se derrumbaría. No lo permitiría.
—Lo sé. Pero… no puedo evitarlo, mi señora. No puedo dejar de verte. No puedo evitar lo que siento.
Nefertari lo miró con lágrimas en los ojos. —Yo tampoco, Ahmose. Cada día en este palacio es una tortura. Cada vez que Menkat me mira, me toca… siento que me ahogo. Tú eres mi único respiro. Lo único real que tengo.
Ahmose extendió la mano, dudó un poco y luego la puso suavemente sobre la de Nefertari. Al tocarse sintieron un alivio para sus almas heridas. Entrelazaron sus dedos, un gesto íntimo que sellaba su relacion.
—Entonces, tenemos que tener más cuidado que nunca —dijo Ahmose—. Cada cita, cada mirada, debe ser un secreto guardado con la vida.
—Lo haré —prometió Nefertari, apretando su mano—. No dejaré que esto te destruya, Ahmose.
—Ni a ti, mi señora —respondió