La paciencia del príncipe Menkat era más corta que un suspiro en verano. Llegó al palacio del visir Paser esperando alfombras rojas y que Nefertari cayera rendida a sus pies en cuanto lo viera. Pero más bien recibió una sorpresa, la realidad le dio una bofetada. Nefertari, siempre educada y correcta, mantenía una distancia que lo sacaba de quicio. Sus sonrisas parecían pegadas con saliva y sus respuestas eran cortas pero con clase. Nada de admiración ni la devoción que él creía merecer.
Se sentía como un tonto. ¿Él, el sobrino del faraón Amonhoteph, casi de la realeza, ignorado por una simple doncella? Ni hablar. Su orgullo, enorme como el Nilo en temporada de lluvias, estaba por el suelo.
Una tarde después de una cena donde Nefertari lo había evitado más que a la peste, Menkat se encerró en sus aposentos con u