Ya amanecía y el sol empezaba a pegar fuerte en el patio de entrenamiento de la guardia real. Se oían las lanzas de madera chocando, los soldados resoplando y los sargentos dando órdenes. Ahmose, como siempre, estaba en medio del lío, moviéndose como una máquina perfecta. Pegaba bien y se defendía mejor. Pero Hori, su amigo de siempre, notaba algo raro.
Hori estaba apoyado en su lanza, mirando a Ahmose desde un lado. Con los años, había aprendido a conocer a su amigo como nadie. Ahmose era como una roca, siempre igual, muy disciplinado. Pero últimamente, algo había cambiado. A veces se quedaba mirando a la nada. Se movía bien, pero parecía que no estaba concentrado al cien por cien. Estaba distraído, aunque casi no se notaba, pero Hori lo sentía.
—Parece que Ahmose está pensando en otra cosa hoy —le dijo Hori a un compa