Esa noche la luna era pequeña en el cielo, y casi no se veía nada. Eligieron un lugar casi en ruinas, un pequeño edificio hecho de piedra al otro lado de los jardines. Era un lugar tan olvidado que ni los guardias pasaban por ahí. Hacía fresco, y el olor a tierra mojada y jazmín era fuerte.
Nefertari llegó primero, con el corazón latiendo muy rápido. Baketamon se quedó cerca del camino, vigilando. La espera se hizo larga. De pronto, alguien apareció en la oscuridad: Ahmose.
Se acercó sin hacer ruido, con su figura alta que casi no se veía. Llevaba ropa normal, sin nada que lo identificara como guardia, así que parecía solo Ahmose.
—Mi señora.
—Ahmose —contestó Nefertari, con la voz un poco temblorosa, pero no de miedo, sino de emoción—. Creí que