La noche en el campamento junto al Valle Silente cayó intensa, como un paño oscuro cubriendo los cuerpos y los pensamientos. Tras el primer contacto con el espectro del custodio antiguo, todos sentían el peso de algo más profundo que la niebla: una herencia no solo arcana, sino espiritual. El aire se cargó de un frío diferente, no el destructor, sino el meditativo.
Amara no consiguió dormir. Con pasos suaves y medidos, se acercó a la laguna cristalina —esa diminuta extensión de agua que reflejaba el firmamento y algo más—. Respiró hondo y se sentó en una piedra pulida junto al agua. A su lado apareció Vania, envuelta en su capa bordada con runas de vigilia.—Ni siquiera intentaré dormir —admitió Amara en voz baja—. Lo que vi… no se borra.Vania se sentó junto a ella con un suspiro.—Son visiones. Posibles futuros. El Espejo de Sangre no perdona.El silencio envolvió la laguna. Sus aguas ofrecían reflejos que se rompían en ondas