La confianza era como una copa de cristal: brillante, delicada… y mortalmente frágil.
No le gritó. No la enfrentó. Eso era peor. El silencio era su castigo. Su forma de castigarla sin tocarla.
El reloj marcaba las once cuando Olivia se sirvió una copa de vino tinto. No por placer. Por necesidad.