El murmullo del viento acariciaba las cortinas de lino blanco que se mecían con suavidad en los ventanales del salón. Desde el exterior, el cielo anunciaba una noche despejada, con una luna redonda y brillante que bañaba el lugar con un halo plateado.
En el interior, todo vibraba con un ajetreo inusual. Los meseros entraban y salían, los decoradores daban los últimos toques a los arreglos florales con rosas azules y peonías, mientras la música instrumental flotaba desde las bocinas integradas a las paredes.
Era el día de la gran fiesta. La que Karina había planeado con día de antelación. Cada detalle, desde las invitaciones con bordes dorados hasta las copas de cristal italiano, había sido seleccionado con un objetivo en mente: impresionar, deslumbrar y dejar en claro quién era la reina del lugar. O eso pensaba ella.
En una habitación contigua, Karina se retocaba el maquillaje frente a un espejo iluminado por luces cálidas. Llevaba un vestido de terciopelo rojo que se ceñía perfectam