La fiesta estaba en su punto más álgido. Las risas falsas y las miradas calculadas inundaban el ambiente, mientras los camareros se deslizaban entre los invitados con bandejas repletas de copas burbujeantes. La orquesta tocaba un suave jazz que envolvía todo el salón en una atmósfera elegante, casi etérea. Las luces doradas se reflejaban en los cristales colgantes de los candelabros, creando destellos que parecían bailar sobre los rostros maquillados.
Nelly se mantenía cerca de Adrián, su brazo enredado en el de él, sus sentidos alerta. Cada tanto, intercambiaban miradas, y él le dedicaba una sonrisa cargada de calidez que le hacía olvidar, por breves segundos, la tensión que Karina y sus secuaces provocaban.
En un rincón, varios reporteros cuchicheaban entre sí, apuntando sus cámaras hacia donde estaban Adrián y Nelly. Fue entonces cuando uno de ellos, con un aire pretencioso, se acercó con Karina justo detrás.
—Adrián, ¿podemos robarte un segundo para unas palabras y una fotografía?