El amanecer llegó, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados que se colaban tímidamente por las cortinas del dormitorio. El murmullo distante del tráfico comenzaba a despertar la ciudad, pero dentro de aquel cuarto todo parecía en pausa. Para Nelly, no existía otro lugar en el mundo más seguro que los brazos de Adrián. El calor de su cuerpo, el ritmo pausado de su respiración contra su cuello, incluso el leve cosquilleo de su barba incipiente rozándole la mejilla… todo era un bálsamo contra sus inseguridades, aunque a veces intentara engañarse diciendo que no le importaba tanto.
Adrián se incorporó con cuidado, sin querer despertarla. Observó su rostro dormido, esa expresión de paz que pocas veces veía cuando sus pensamientos la acosaban. Se inclinó para besarle la frente y le susurró al oído un suave "Te portas bien", que más que advertencia, fue una caricia verbal. La sonrisa que se dibujó en los labios de Nelly, aún adormecida, lo acompañó mientras se levantaba, dándole una p