Antonella abre los ojos, mira a su alrededor, incrédula aún de lo que ocurrió esa noche de Navidad. Se lleva las manos al rostro para frotarse los ojos y se encuentra con el brillo intenso de la piedra del anillo de compromiso que resplandece frente a ella. Mira su mano, la mueve y suspira.
¡Sí! ¡Era real! Tan real como aquel intempestivo y alocado encuentro sexual en el que fue suya nuevamente.
Mueve su cabeza de lado a lado con una espléndida sonrisa en sus labios. Albert lograba desatar en ella, emociones subliminales y tan intensas que no sabía como negarse y darle un no. Era como si una especie de fuerza magnética la envolviera convirtiéndola inevitablemente en rehén de su propio deseo y del placer.
La voz de la pequeña Isabella, la regresa a la realidad.
—Mamma, —dice la niña, mientras se incorpora en la cuna.
Antonella se sienta de la cama, se coloca las pantuflas y va hasta la cuna. Levanta a Isabella entre sus brazos y la besa tiernamente en las mejillas. La felicida