La contraseña

Lentamente, Raquel comienza a reaccionar. Albert exhala un suspiro de alivio al ver que abre sus grandes ojos.

—¿Qué me pasó? —pregunta llevando su mano a su cabeza, se ve aturdida.

—Te desmayaste. —contesta él.

Ella respira profundamente y una vez que se recupera, con la ayuda de Albert salen del restaurante. Antonella sube al coche sin esperar a que él le abra la puerta como suele hacerlo, mientras éste ayuda a su cuñada a entrar en el auto.

El silencio reina durante el trayecto y las contadas veces en las que Albert le hace alguna pregunta a la pelirrubia, sus respuestas se limitan a simples y tajantes monosílabos: un “Sí” o un “No”.

Al llegar al pent-house, Antonella se dirige hasta la habitación.

—¿Puedes ir sola hasta tu dormitorio? —interroga él.

—Sí, eso creo. —responde Raquel— ¿Me disculpas por arruinarte la cena?

—No te preocupes, son cosas que pueden pasarle a cualquiera. Mucho más en tu estado.

—Realmente no sé que me pasó. —Hace una pausa— tu prometida no
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