86. Llamado del instinto

La mañana en Cárselin amaneció nublada, pero no llovía. El cielo gris se reflejaba en las piedras húmedas del sendero central, y el bosque al borde del valle murmuraba con ramas inquietas, como si el viento trajera algo que aún no sabía nombrarse.

Raven ajustó el cuero de su cinturón y echó un vistazo a los tres jóvenes licántropos que lo rodeaban. Habían salido a cazar. No por necesidad urgente, sino como parte de la vida en la aldea: todo se compartía, todo se aprendía juntos. Pero algo en él se sentía... diferente esa mañana.

-- ¿Estás listo, lobo roto? -- dijo uno de los muchachos, con una sonrisa sincera.

Raven asintió, sin molestarse por el apodo. En Cárselin lo llamaban así no por burla, sino por reconocimiento. Había algo en su mirada, en la forma en que caminaba, que lo distinguía. Nadie necesitaba que él hablara de su pasado. Lo leían en su silencio, en sus cicatrices.

-- Vamos -- murmuró Raven --. Al norte hay huellas frescas. Cérvidos. Tal vez dos. --

Los chicos lo siguier
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