La noche había caído como un velo de incertidumbre sobre Umbra Noctis. Las luces de la ciudad apenas lograban disipar la densa neblina que se arrastraba por las calles como una advertencia silenciosa. En los callejones más oscuros, lejos de los ojos humanos, las antiguas tensiones volvían a resurgir.
Raven olía la sangre en el aire antes de escuchar el primer paso. Su manada estaba en alerta, sus sentidos afilados. Frente a ellos, bajo el brillo tenue de una farola rota, tres figuras emergieron de la penumbra. Vestían con elegancia, pero sus rostros eran pálidos, inhumanos. Los vampiros.
-- ¿Qué hacen aquí? -- preguntó Raven con la voz tensa, su mirada fija en el del centro, un hombre de ojos carmesí con una sonrisa sarcástica dibujada en el rostro.
-- Venimos a por respuestas -- dijo el vampiro, dando un paso al frente --. Algo se está moviendo en la superficie. Algo que ustedes intentan ocultar. --
La manada se colocó tras Raven. Uno de ellos gruñó bajo la garganta.
-- No tienen derecho a cuestionarnos -- respondió otro de los licántropos.
-- No cuando ustedes son los que juegan con fuego... con la profecía -- replicó el vampiro con desprecio --. El linaje de la Luna Roja... está entre ustedes, ¿verdad? --
Raven apretó los puños. No podía permitir que el nombre de Ailén saliera a la luz. No ahora. No así.
-- No sabes de qué hablas -- murmuró con voz baja pero firme.
-- Entonces demuéstralo -- dijo el vampiro, y en un parpadeo, la pelea comenzó.
Fueron segundos de silencio roto por un estallido de sombras y colmillos. Los vampiros se movían con una velocidad antinatural, danzando entre los árboles y el concreto. La manada respondió con fiereza: garras, dientes, rugidos.
Raven se lanzó contra el líder vampiro. El choque entre ambos fue brutal, un relámpago de poder contenido. Cada golpe hacía temblar el suelo. Pero el vampiro no vino solo: en un descuido, una daga negra se hundió en el costado de Raven.
Gritó, no por dolor, sino por rabia.
-- ¡Retrocedan! -- ordenó a su manada, sabiendo que prolongar la pelea solo expondría más la verdad.
La batalla terminó tan rápido como había empezado, con un rastro de sangre y tensión suspendida en el aire. Los vampiros desaparecieron entre la neblina, dejando una amenaza latente.
Horas después, Raven llegó tambaleándose frente a la casa de Ailén. La herida seguía ardiendo, no sanaba como debía. Maldijo la daga encantada.
Golpeó la puerta con dificultad. Ailén, con el cabello despeinado y una camiseta ancha de dormir, abrió aún medio dormida. Al verlo cubierto de sangre, el sueño se evaporó al instante.
-- ¡Raven! ¿Qué pasó? -- exclamó, alarmada, sosteniéndolo mientras él se apoyaba contra la pared.
-- Nada... un idiota... pelea de bar -- dijo entre jadeos, pero su voz no sonaba convincente.
Ailén lo ayudó a entrar, guiándolo hasta el sofá. Tomó un botiquín y se sentó junto a él, examinando la herida.
-- Esto no es normal. Está... quemado. Y tu sangre... está más oscura -- murmuró, frunciendo el ceño.
-- Estoy bien. Solo... solo necesito descansar -- replicó, girando el rostro para evitar su mirada.
-- No me estás diciendo la verdad, Raven -- dijo Ailén con firmeza --. ¿Qué está pasando? --
Él la miró por un momento. Sus ojos estaban cargados de culpa, cansancio y un cariño que no podía ocultar.
-- Te lo explicaré. Pronto. Lo prometo -- murmuró.
Ailén bajó la mirada. Lo cubrió con una manta y se quedó a su lado, en silencio. Él se quedó dormido rápidamente, el cuerpo aun temblando, mientras ella lo observaba.
La herida seguía allí. Pero lo que más le preocupaba no era eso... sino la sombra de un secreto mucho más grande que se ocultaba detrás de sus ojos.
“Hay algo en él que no quiere mostrarme...”, pensó. “Y tal vez... algo en mí que aun no entiendo.”
Afuera, una figura observaba desde la oscuridad, sus ojos rojos brillando como brasas encendidas. El juego había comenzado.
El reloj marcaba casi las tres de la madrugada. La casa estaba en silencio, con solo el sonido suave del viento filtrándose por la ventana entreabierta. Ailén seguía sentada junto al sofá, con una manta cubriéndole las piernas y las manos entrelazadas frente a ella.
Raven dormía, con el ceño ligeramente fruncido incluso en el descanso. Su respiración era irregular, como si su cuerpo no lograra relajarse del todo.
Ailén lo observó en silencio. Sus ojos se deslizaron por la línea de su mandíbula, por los mechones de cabello oscuro que caían sobre su frente, por las cicatrices tenues en su piel que hablaban de una vida marcada por batallas que ella aún no comprendía del todo.
Con cuidado, sin hacer ruido, acercó su mano y apartó un mechón de su frente.
-- ¿Qué me estás escondiendo, Raven? -- susurró en voz baja, más para ella que para él.
Se inclinó y lo abrazó suavemente, apoyando la cabeza sobre su hombro. Permaneció así unos segundos, sintiendo el calor de su cuerpo, escuchando el latido irregular de su corazón.
-- No importa lo que seas... o lo que esté por venir -- murmuró con ternura --. No voy a dejarte solo. --
Le dio un beso suave en la mejilla, sus labios apenas rozando su piel.
Se quedó así, abrazándolo en silencio, con los ojos fijos en la tenue luz que se colaba por la ventana. Afuera, el mundo se llenaba de sombras. Pero en ese pequeño rincón, ella había creado un instante de paz.
Aunque no lo dijera en voz alta, aunque aún no entendiera todo lo que sentía, su corazón ya lo había elegido a él.
Seis meses en el futuro…La noche había caído sobre Umbra Noctis, pero el silencio que normalmente reinaba en la ciudad se sentía extraño, como si algo estuviera esperando. Ailén y Raven se encontraban en un rincón apartado del bosque, donde la luna roja iluminaba tenuemente el paisaje. Estaban solos, aislados del mundo, y parecía que el destino les había brindado un momento de paz, una oportunidad para hablar de lo que sentían, para explorar lo que había estado creciendo entre ellos en silencio.La atmósfera estaba cargada de una tensión palpable, un magnetismo entre ellos que ni siquiera el viento podía romper. Ailén respiró hondo, sintiendo el peso de sus pensamientos, mientras observaba a Raven. Había algo en su mirada, algo en la manera en que la observaba, que le hacía preguntarse si realmente entendería lo que había dentro de ella, lo que estaba a punto de suceder.Raven, por su parte, no podía dejar de mirarla. Sabía que algo no estaba bien, que había algo más profundo que ell
En la actualidad…Ailén MoreauDesde que tengo memoria, siempre supe que había algo... distinto en mí. No era algo que pudiera señalar frente al espejo o explicar con palabras claras. Era una sensación persistente, como un murmullo en el fondo de mi alma, una vibración leve pero constante, como si el mundo, tal y como lo conocía, escondiera un velo que solo yo intuía, aunque nunca pudiera levantarlo.Mi infancia fue, a ojos de cualquiera, perfectamente normal. Crecí en un pequeño pueblo rodeado de bosques y ríos, un lugar donde cada rostro era familiar y cada secreto, compartido en susurros entre vecinos. Mis padres, Lissette y Gérard Moreau, eran personas amorosas pero discretas, como si siempre llevaran el peso de historias no contadas en sus miradas. Nunca me prohibieron explorar, pero sus advertencias siempre tenían un tono de gravedad que me dejaba más preguntas que respuestas.Yo siempre tan pequeña y curiosa, pasaba las tardes corriendo entre los árboles, recogiendo hojas extra
Raven DélacroixHabía aprendido a convivir con el peso de lo que soy. Lo había aceptado desde que tengo memoria, como una segunda piel, como una sombra que jamás me abandona. Pero esta noche... esta noche todo ardía distinto bajo mi piel.La luna no era plena, pero su luz atravesaba el follaje con un filo casi profético. Había algo en el aire, un susurro antiguo, un presagio, quizás. Y yo lo sentía en los huesos.Me detuve en la loma que bordeaba la ciudad. Desde allí podía ver las luces mortecinas que titilaban entre los edificios, como luciérnagas atrapadas en jaulas de concreto. Mi respiración era lenta, medida, aunque por dentro todo se revolvía. Cada paso que daba hacia ese lugar donde sabía que estaría ella era una traición a la calma que fingía tener.Ailén.Su nombre sabía a tormenta en mi mente.Había pasado toda una vida conviviendo con ella sin dejar que mis secretos rozaran su mundo. Ella, tan brillante, tan humana. Tan ignorante de las sombras que la rodeaban.-- ¿Por qué
Liora ValenhardtDesde pequeña aprendí a distinguir entre lo que debía decir… y lo que debía callar.Mi madre, una bruja de la estirpe antigua, me enseñó que las verdades más poderosas no se lanzan al viento. Se protegen, se guardan, se vigilan como si fueran fuego vivo. Tal vez por eso siempre he sido la sombra detrás de Ailén. Su escudo invisible. Su voz no dicha.Y esta noche… esta noche algo ha cambiado.Sentí la vibración antes de que sucediera. Una corriente sutil, casi imperceptible para los humanos comunes, me recorrió la columna vertebral como un soplo antiguo. La magia rara vez se manifiesta sin razón. Y esta vez, no era solo magia.Era destino.El mismo destino que he intentado evitar desde que supe la verdad sobre Ailén. Desde que leí su nombre en las páginas prohibidas del grimorio familiar. Desde que vi, en sueños rotos y profecías fragmentadas, que su sangre podría despertar la luna roja… o destruirnos a todos.Ella no lo sabe. No todavía.Y, por los dioses, ojalá nunca
La noche aún se aferraba al cielo de Umbra Noctis con dedos de sombra, cubriendo el bosque con un velo denso y plateado. Las estrellas parecían haberse retraído, cediendo todo el protagonismo a la Luna Roja, que brillaba sobre la arboleda con un fulgor inquietante. Un aire húmedo y expectante lo envolvía todo, como si la tierra contuviera el aliento.Ailén caminaba por el sendero de tierra apisonada que bordeaba el bosque. Su paso era lento, inseguro, como si temiera que el suelo cediera bajo sus pies. Llevaba la chaqueta de lana cruzada sobre el pecho, pero no era el frío lo que la hacía temblar.Pensaba en Raven. En su mirada profunda y distante, en cómo sus palabras parecían siempre contener un significado oculto. Había algo en él que la perturbaba, algo que no sabía si temer o buscar con desesperación. Sentía ese extraño calor bajo la piel cada vez que él estaba cerca, como si una corriente eléctrica invisible los uniera.-- ¿Por qué te siento así? -- susurró para sí, apretando la
La Luna Roja brillaba en el cielo de Umbra Noctis con una intensidad inquietante. Su luz teñía de rojo los horizontes, y las sombras parecían alargarse más allá de la realidad misma. En el corazón de la oscuridad, la Torre del Ocaso se erguía, como un faro solitario y olvidado por el tiempo. Nadie se atrevía a acercarse a sus muros ennegrecidos, ni siquiera las criaturas más valientes de los clanes. La torre estaba maldita, marcada por siglos de secretos no revelados.Pero para Liora, el peligro no era suficiente para disuadirla. Con cada paso que daba hacia la torre, sentía que algo dentro de ella despertaba. Había llegado a un punto en el que las respuestas que tanto había buscado parecían estar más allá de su alcance, ocultas en lo más profundo de ese lugar prohibido.-- Este es el lugar, lo sé... -- se dijo a sí misma, casi como un susurro, al ver cómo la torre se alzaba ante ella con una presencia casi palpable.El viento gélido de la noche parecía susurrar advertencias, pero Lio
La noche no caía en Umbra Noctis. Se desplegaba. Como una sombra que se arrastra por los huesos del bosque, como una promesa envenenada. En medio de la espesura, Raven avanzaba sin hacer ruido, cada pisada calculada, cada músculo alerta. Bajo la tenue luz de una luna encapotada, su silueta parecía más bestia que hombre.La manada lo esperaba en el claro del sur, donde los árboles formaban un círculo natural, tan antiguo como el juramento que los unía. El aire olía a tierra mojada, a savia rota, a poder contenido. Kael, su beta, ya estaba allí. Detrás de él, los más jóvenes murmuraban entre sí, impacientes, nerviosos.-- Estamos al borde, Alpha. Lo sientes, ¿verdad? --Raven no respondió. No con palabras.Cerró los ojos. Sintió el latido de la tierra bajo sus pies, los susurros de los espíritus del bosque rozando sus pensamientos. La Luna Roja aún no había ascendido, pero su presencia era un temblor en la sangre. Lo reconocía por el sabor metálico en su boca, por la tensión en su nuca,
La noche era más densa que nunca. El aire, impregnado de humedad, parecía pesar sobre el alma de Raven como una carga invisible. Avanzó entre los árboles, los ojos clavados en la figura que se deslizaba en la penumbra. No la veía con claridad, pero la sentía. Era como una sombra viva, un susurro del destino que había estado aguardando pacientemente en los márgenes de su vida.El viento traía consigo un aroma extraño, algo antiguo y familiar, como si el bosque mismo estuviera respirando sus secretos. Las hojas crujían suavemente bajo sus botas, y su respiración era la única cosa que rompía el silencio sepulcral.La figura avanzaba con una gracia perturbadora, moviéndose entre los troncos como si fuera parte de la misma oscuridad que la envolvía. No podía ver su rostro, pero el aire que la rodeaba parecía vibrar, lleno de una tensión casi palpable. No era una presencia amigable, ni humana. Raven lo sabía.Su corazón latió más rápido, no por miedo, sino por la certeza de que algo trascen