12. Sangre Derramada

La noche había caído como un velo de incertidumbre sobre Umbra Noctis. Las luces de la ciudad apenas lograban disipar la densa neblina que se arrastraba por las calles como una advertencia silenciosa. En los callejones más oscuros, lejos de los ojos humanos, las antiguas tensiones volvían a resurgir.

Raven olía la sangre en el aire antes de escuchar el primer paso. Su manada estaba en alerta, sus sentidos afilados. Frente a ellos, bajo el brillo tenue de una farola rota, tres figuras emergieron de la penumbra. Vestían con elegancia, pero sus rostros eran pálidos, inhumanos. Los vampiros.

-- ¿Qué hacen aquí? -- preguntó Raven con la voz tensa, su mirada fija en el del centro, un hombre de ojos carmesí con una sonrisa sarcástica dibujada en el rostro.

-- Venimos a por respuestas -- dijo el vampiro, dando un paso al frente --. Algo se está moviendo en la superficie. Algo que ustedes intentan ocultar. --

La manada se colocó tras Raven. Uno de ellos gruñó bajo la garganta.

-- No tienen derecho a cuestionarnos -- respondió otro de los licántropos.

-- No cuando ustedes son los que juegan con fuego... con la profecía -- replicó el vampiro con desprecio --. El linaje de la Luna Roja... está entre ustedes, ¿verdad? --

Raven apretó los puños. No podía permitir que el nombre de Ailén saliera a la luz. No ahora. No así.

-- No sabes de qué hablas -- murmuró con voz baja pero firme.

-- Entonces demuéstralo -- dijo el vampiro, y en un parpadeo, la pelea comenzó.

Fueron segundos de silencio roto por un estallido de sombras y colmillos. Los vampiros se movían con una velocidad antinatural, danzando entre los árboles y el concreto. La manada respondió con fiereza: garras, dientes, rugidos.

Raven se lanzó contra el líder vampiro. El choque entre ambos fue brutal, un relámpago de poder contenido. Cada golpe hacía temblar el suelo. Pero el vampiro no vino solo: en un descuido, una daga negra se hundió en el costado de Raven.

Gritó, no por dolor, sino por rabia.

-- ¡Retrocedan! -- ordenó a su manada, sabiendo que prolongar la pelea solo expondría más la verdad.

La batalla terminó tan rápido como había empezado, con un rastro de sangre y tensión suspendida en el aire. Los vampiros desaparecieron entre la neblina, dejando una amenaza latente.

Horas después, Raven llegó tambaleándose frente a la casa de Ailén. La herida seguía ardiendo, no sanaba como debía. Maldijo la daga encantada.

Golpeó la puerta con dificultad. Ailén, con el cabello despeinado y una camiseta ancha de dormir, abrió aún medio dormida. Al verlo cubierto de sangre, el sueño se evaporó al instante.

-- ¡Raven! ¿Qué pasó? -- exclamó, alarmada, sosteniéndolo mientras él se apoyaba contra la pared.

-- Nada... un idiota... pelea de bar -- dijo entre jadeos, pero su voz no sonaba convincente.

Ailén lo ayudó a entrar, guiándolo hasta el sofá. Tomó un botiquín y se sentó junto a él, examinando la herida.

-- Esto no es normal. Está... quemado. Y tu sangre... está más oscura -- murmuró, frunciendo el ceño.

-- Estoy bien. Solo... solo necesito descansar -- replicó, girando el rostro para evitar su mirada.

-- No me estás diciendo la verdad, Raven -- dijo Ailén con firmeza --. ¿Qué está pasando? --

Él la miró por un momento. Sus ojos estaban cargados de culpa, cansancio y un cariño que no podía ocultar.

-- Te lo explicaré. Pronto. Lo prometo -- murmuró.

Ailén bajó la mirada. Lo cubrió con una manta y se quedó a su lado, en silencio. Él se quedó dormido rápidamente, el cuerpo aun temblando, mientras ella lo observaba.

La herida seguía allí. Pero lo que más le preocupaba no era eso... sino la sombra de un secreto mucho más grande que se ocultaba detrás de sus ojos.

“Hay algo en él que no quiere mostrarme...”, pensó. “Y tal vez... algo en mí que aun no entiendo.”

Afuera, una figura observaba desde la oscuridad, sus ojos rojos brillando como brasas encendidas. El juego había comenzado.

El reloj marcaba casi las tres de la madrugada. La casa estaba en silencio, con solo el sonido suave del viento filtrándose por la ventana entreabierta. Ailén seguía sentada junto al sofá, con una manta cubriéndole las piernas y las manos entrelazadas frente a ella.

Raven dormía, con el ceño ligeramente fruncido incluso en el descanso. Su respiración era irregular, como si su cuerpo no lograra relajarse del todo.

Ailén lo observó en silencio. Sus ojos se deslizaron por la línea de su mandíbula, por los mechones de cabello oscuro que caían sobre su frente, por las cicatrices tenues en su piel que hablaban de una vida marcada por batallas que ella aún no comprendía del todo.

Con cuidado, sin hacer ruido, acercó su mano y apartó un mechón de su frente.

-- ¿Qué me estás escondiendo, Raven? -- susurró en voz baja, más para ella que para él.

Se inclinó y lo abrazó suavemente, apoyando la cabeza sobre su hombro. Permaneció así unos segundos, sintiendo el calor de su cuerpo, escuchando el latido irregular de su corazón.

-- No importa lo que seas... o lo que esté por venir -- murmuró con ternura --. No voy a dejarte solo. --

Le dio un beso suave en la mejilla, sus labios apenas rozando su piel.

Se quedó así, abrazándolo en silencio, con los ojos fijos en la tenue luz que se colaba por la ventana. Afuera, el mundo se llenaba de sombras. Pero en ese pequeño rincón, ella había creado un instante de paz.

Aunque no lo dijera en voz alta, aunque aún no entendiera todo lo que sentía, su corazón ya lo había elegido a él.

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