Azura
Sentía cada fibra de mi cuerpo arder.
Mi piel estaba empapada en sudor, mis piernas temblaban y mis brazos apenas respondían. El entrenamiento espiritual en el templo no era algo que pudiera compararse con nada que hubiese vivido. No solo me desgastaba el cuerpo, sino que drenaba mi alma.
Grayson no dijo nada cuando me vio arrastrar los pies por el pasillo, pero la preocupación en su mirada hablaba por él.
—Vamos, ven —susurró tomándome por la cintura—. Te prepararé el baño.
—Grayson, no… no hace falta, solo quiero…
—Shhh —me interrumpió con dulzura—. Deja que yo te cuide.
Me dejé llevar. Ni siquiera tenía fuerzas para discutir.
Al llegar a la habitación, él me ayudó a quitar la ropa. Cada prenda era una carga más que me liberaba. Cuando quedé desnuda, él se detuvo un segundo para observarme. Sus ojos ardían, no solo por el deseo, sino por el orgullo y la devoción. Me sentí hermosa, a pesar del cansancio, a pesar del agotamiento.
—Pareces una diosa… —murmuró mientras me ayudaba