En ese momento, el clima seguía igual: un silencio sepulcral, roto únicamente por el eco distante de los truenos. Diego permaneció en silencio, su rostro habitualmente severo, ahora pálido e inexpresivo.
Se sentía confundido, dándole la razón a Lolita en sus palabras. Había tratado a Lolita según sus propios deseos, sin comprender sus sentimientos. Creía que mantenerla sumisa era lo más seguro, pero se había convertido en un boomerang para él.
"Lolita...", cuando Diego intentó hablar, se oyó una voz a lo lejos.
"¡Diego!", era la voz de Hans. Lolita también la escuchó.
"¡Señor Diego!", le siguió otra voz, la de un guardia de la villa. Había informado a los encargados de la villa antes de salir.
"¡Señor Diego! ¿Dónde está?". Eran tres personas, Diego reconocía cada una de las voces, pero no respondió.
"Ya nos encontraron".
Lolita resopló. Diego pensó que Lolita olvidaría lo sucedido, pero desde el principio, ella no tenía intención de olvidar el trato que Diego le había infligido.
Sin r