POV de Adriana
La noche cayó sobre la ciudad como un manto de sombras y peligro. Diego y yo nos quedamos en la sala de nuestra casa, rodeados de papeles, documentos y las pruebas que conseguí sobre Montoya. El silencio se rompía solo con el sonido de nuestras respiraciones y el ocasional crujido de los hielos en el vaso de whisky de Diego.
—Si vamos a hacer esto, necesitamos movernos rápido —dije, cruzando los brazos—. Si Montoya sospecha que estamos cerca de exponerlo, tomará medidas drásticas.
Diego pasó un dedo por el borde de su vaso antes de levantar la mirada hacia mí.
—Ya tengo a mi gente investigando quiénes son sus contactos dentro de los federales. Si logramos identificar a los más débiles, podríamos presionarlos para que nos den información.
Asentí.
—Montoya no puede haber conseguido esto solo. Necesita intermediarios, y esos intermediarios siempre tienen un precio.
Diego sonrió, pero no era una sonrisa amigable. Era la sonrisa de un hombre que estaba a punto de cazar a su