POV de Diego
La noche había caído sobre la ciudad, y en mi oficina solo el resplandor del whisky en mi vaso rompía la penumbra.
Sabía que Adriana tenía razón. No podía ir directamente contra Montoya sin pruebas. Pero la paciencia nunca había sido mi fuerte.
Me serví otro trago y giré la copa entre los dedos, reflexionando.
Montoya me había tomado por un idiota.
Creía que podía meterse en mi territorio, jugar a dos bandos y salirse con la suya.
Sonreí con frialdad.
Si quería una guerra silenciosa, la tendría.
Me levanté y marqué un número en mi teléfono.
—Necesito que sigas a Montoya —ordené en cuanto contestaron al otro lado de la línea—. Quiero saber con quién se reúne, qué hace y qué mueve.
La voz del otro lado asintió antes de colgar.
Apoyé las manos en el escritorio, inhalando profundo.
Había otra pieza en este juego que no podía olvidar.
Nancy y Dave.
Esos dos nombres no habían cruzado mi mente en años, y ahora volvían como un maldito recordatorio de que el pasado nunca muere.
Me