Capítulo sesenta y cuatro
Lo pierdo de vista y con cada paso nos acercamos a una camioneta negra de espejos oscuros—No tengas miedo, no muerdo preciosa —su aliento choca en mi cuello mandándome pequeños escalofríos a todo el cuerpo.
—¿A dónde vamos? —uno de los tipos grandes abre la puerta trasera de la camioneta y no dudo en entrar.
Por alguna extraña razón él me inspira confianza.
—A cenar, ¿no puedo? —sube y cierran la puerta, lo único que nos alumbra en el auto son las luces del exterior que pasan por los vidrios polarizados, el auto se pone en marcha y un silencio reina en el interior—¿Por qué decidiste venir conmigo?—observo su rostro serio en cada momento.
Suspiro—Yo soy un tanto diferentes a las chicas cuando tien