El corazón de Rachel Blaine no dejaba de latir desbocado.
¿Cómo era que ese hombre desquiciado podía decir palabras como esas con tanta simpleza? ¿Qué se había enamorado de ella?
Eso no era lo que Rachel Blaine recordaba. De hecho, había sido todo lo contrario: su expresión era fría, incluso el día de su boda.
Apenas terminó la ceremonia, a la que solo había asistido el anciano Winter, él se marchó sin más, dejando a Rachel sola y a merced de los maltratos de su familia, donde su único aliado era el anciano.
—No pareces de buen humor… —dijo Sierra, intrigada, mientras Rachel la miraba por un segundo.
—No lo estoy. Ese hombre molesto… no entiendo por qué tiene que decir palabras innecesarias. Además, ¿cómo es eso de que ahora quiere estar conmigo? Estuvimos casados cinco años, en los que él no me dio la menor muestra de amor, donde solo actuó como el perro fiel de Triana Ayesa y yo… yo…
Las palabras llenas de resentimiento de Rachel se quedaron a medio salir.
Su expresión amargada era,