Aaron había pasado la noche revisando algunos informes de su empresa cuando una idea cruzó su mente. Desde que Katerina había llegado a su vida, no solo había traído caos y emociones inesperadas, sino también una energía que, si se enfocaba correctamente, podría ser de gran utilidad. Él ya sabía que Katerina no era una mujer cualquiera; su porte y actitud lo demostraban. Decidió que era momento de averiguar más sobre su esposa.
A la mañana siguiente, mientras desayunaban, Aaron dejó el tenedor en su plato y la miró con esa intensidad que a Katerina le costaba soportar sin apartar la vista.
—Quiero que trabajes para mí —soltó sin rodeos.
Katerina parpadeó, sorprendida. No esperaba aquella propuesta.
—¿Trabajar para ti? —repitió, dejando la taza de café en la mesa. —¿Por qué querría hacerlo?
Aaron apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó las manos.
—Porque quiero conocer de lo que eres capaz. Y porque creo que desperdiciarías tu potencial quedándote aquí sin hacer nada.
Katerina frunci