14. Desquiciado por una belleza angelical
Dentro de un galpón a oscuras, de madrugada, alineados unos hombres alrededor del recinto, se escuchan doloridos quejidos que salen de tres hombres sentados con las manos atadas. Magullados, golpeados y sangrando. Nadie dice nada ante la tortura a la que son propiciados.
Una tortura hecha personalmente por Gerald.
Manchando su camisa blanca, parte de su rostro, no se había visto tan frenético y ansioso, sin aminorar las consecuencias de sus actos que es sencilla; ningún castigo es merecido sino se tiene una justificación.
Hay una justificación para su rabia.
El secuestro de su esposa.
Edmund se mantiene a distancia de él por sí necesita otro instrumento de torturas a parte de sus propias manos ensangrentadas. Pero su jefe permanece insoluble a lo que sucede alrededor. Gerald ordenó que todos sus hombres se acercaran para demostrarle lo que sucede cuando sus ordenes no se cumplen.
—¡Señor, se lo juro…! ¡No sabemos cómo ese tipo infringió la seguridad! —el hombre se calla con el próxim