EPÍLOGO
Un precioso color ámbar acaricia las olas del mar en Nápoles, donde entra el amanecer a la habitación de lujo donde Scarlett yace desnuda en sábanas blancas en el pecho de su esposo, también desnudo. Sudados, extasiados y con ganas de florecer en éste mundo una y otra vez, nada puede ser mejor. Italia los recibió en la madrugada pasada. Dejaron a los bebés al cuidado de Tatiana y de los demás por sólo dos días como se habían prometido. Desde entonces, sólo han sido ellos dos.
Scarlett vuelve a besar el pecho de su marido, buscándolo entre las sombras a quien por tanto tiempo deseó y amó, y de donde es completamente celestial tenerlo justo aquí. Al encontrarlo, le sonríe encantadoramente. Gerald le corresponde la sonrisa con un beso que nace desde lo más profundo de su amor.
—Extraño a los niños.
Scarlett ríe un poco. Asiente como respuesta corta a un “también.”
—Tenemos muchos qué hacer tú y yo —Gerald la acomoda en su pecho. Scarlett se hace cargo en acariciar su ligera barba