34. Vamos a casa
Remo se dio el alta a sí mismo la mañana del día siguiente, y es que a pesar de no estar recuperado del todo, un hombre como él no podía perder el tiempo.
— ¿Por qué no esperas un poco más? Podrías tener complicaciones con esa herida — le dijo Marianné, torciendo el gesto, mientras lo veía abotonarse la camisa frente a la ventana.
— Es verdad, mi niño, además, todo con nuestra gente se está moviendo tal y como lo ordenaste — añadió la nonna, que desde bien temprano lo fue a visitar, a diferencia de Marianné, que a pesar de las insistencias de Remo, no se movió de su lado en toda la noche, y tampoco quiso ocupar la suite privada que él había ordenado pusieran a su disposición para que ella pudiera descansar.
El Gambino se giró con una sonrisa.
— Marianné, abuela, me siento bien como para volver a casa, además, no soporto un segundo más en este lugar.
La nonna suspiró.
— Muy bien, pero no podrás evitar que contrate a una enfermera que te asista médicamente en casa.
— Nonna, no har