CAPÍTULO 18

La casa de Andrey estaba envuelta en penumbra, como si incluso la luz supiera que debía mantenerse al margen. Luna bajó del auto sin decir nada, con las manos húmedas por la tensión, mientras que Andrey caminó delante, abriéndole la puerta de entrada con un gesto simple, como si no hubiera pasado nada entre ellos.

Pero había pasado todo.

—Bienvenida —dijo él con voz queda, sin voltearse a verla.

Luna entró, y el eco de sus pasos rebotó por los amplios y silenciosos pasillos. Todo estaba perfectamente ordenado, como si el tiempo se hubiera congelado allí también.

Apenas entraron a la sala, Andrey habló de nuevo.

—¿Quieres comer algo? —preguntó él, cerrando la puerta detrás de ella y Luna se giró lentamente.

Su rostro no mostraba enfado, sino cansancio. Un cansancio visceral, del que se acumula en los huesos y pesa más que las palabras.

—No quiero comida —respondió con la voz rasposa—. Quiero entenderte.

Andrey la miró con la cabeza apenas ladeada, pero sus ojos ya no eran dorados ni ne
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