Rebecca conduce sin rumbo, recordando cada detalle del encuentro con Alex. Él tiene el don de confundirla aún más. Cuando se da cuenta, su coche está estacionado frente a su edificio. Una sonrisa irónica escapa, consciente de su propia locura por estar allí. Sin dudarlo, entra en el edificio y, al llegar al ático, camina de un lado a otro frente a la puerta.
– Rebecca, aún tienes tiempo, puedes irte. – Murmura para sí misma. – ¿Qué estoy haciendo? Dios mío, estoy completamente loca. – Se queja, deteniéndose frente a la puerta y tocando el timbre. Cuando Alex finalmente abre, entra y su cuerpo choca contra el suyo.
– ¿Qué crees que estás haciendo? – Le pregunta él, sorprendido.
– Te pregunto lo mismo. – Responde con enojo. – ¿Crees que puedes hacer esto siempre que quieras y luego irte como si nada hubiera pasado? ¿Por qué diablos siempre me confundes? – Pregunta, irritada, viéndolo cerrar la puerta. – ¿Quién te crees que eres? – Pregunta, acercándose y empujándolo contra la puerta.
– R