Sus labios se posan sobre los míos, y un beso apasionado y profundo nos envuelve. Su boca es cálida y suave, y su aliento es fresco y embriagador.
Me encantan, no puedo negarlo, me fascina como me besa.
Mi corazón late con rapidez, y mi cuerpo se estremece de placer. Sus brazos me rodean, y me atrae hacia él, profundizando el beso. Su lengua explora mi boca, y yo respondo con igual pasión. El mundo a nuestro alrededor desaparece, y solo quedamos nosotros dos, perdidos en el beso. El tiempo se detiene, y todo lo que importa es el momento presente, el beso que compartimos.
Pero de repente, recuerdo mis intenciones, y me doy cuenta de que debo mantener la distancia. Me separo de él, y lo miro con una sonrisa.
—Recuerda que vamos despacio —le digo, tratando de sonar firme pero también suave.
Venco sonríe y se detiene, su mirada aún llena de deseo.
—Es verdad —dice—, pero es que contigo se me hace muy difícil.
Se tira a mi lado y quedamos los dos viendo hacia el techo.
—No creas que voy a