Davian Taleyah
El aroma del café negro se mezclaba con el papel viejo y la madera pulida en mi oficina. El reloj marcaba poco después del mediodía. Llevaba horas encerrado, atendiendo llamadas, revisando reportes de seguridad de la frontera oeste y confirmando alianzas con algunos aquelarres de vampiros. Nada fuera de lo común, hasta que escuché el eco de unos tacones apresurados golpear el mármol del pasillo.
La puerta se abrió de golpe.
Auren.
—¿Qué demonios hiciste? —espetó, sin siquiera detenerse a saludar. Interrumpió una videollamada importante con uno de los alfas del norte. Apenas si tuve tiempo de silenciar el micrófono y apagar la cámara antes de que me arrojara su furia encima. —¿Te parece correcto traerla de vuelta? ¡Después de todo lo que hablamos!
Me acomodé en la silla, cruzando los brazos con deliberada calma.
—Estoy trabajando, Auren —advertí en tono bajo, aunque mi paciencia ya comenzaba a resquebrajarse.
—¡No me importa! —espetó—. Dijiste que el acuerdo era claro. C