AMINA
En cuanto pronuncié esas palabras, Adam se acercó. Mi cuerpo ansiaba su toque, sus besos y todo lo que pudiera darme. Este hombre era en verdad un maestro del sexo. Justo lo que necesitaba.
—No sabes las ganas que tenía de salir de entre estas cuatro paredes y traerte aquí conmigo, aunque todos me vieran —reí.
—¿Y qué fue lo que te impidió hacerlo? —me miró con los ojos entrecerrados.
—Kellen, obviamente. En cuanto me hubiera visto en pelotas, seguro que me las arranca y después me mata.
—No seas tan fatalista Adam, Kellen no te haría algo parecido, se molestaría, de eso no tengo duda, quizá sí que te arranque las bolas, pero de ahí, a matarte hay una gran brecha —entendía los miedos de Adam, y no es como si yo fuera a salir bien librada de todo esto, pero quien se llevaría lo peor es él.
—De todas formas, eso ahora no importa, ya nos preocuparemos más adelante, cuando Kellen se entere —asentí con un movimiento de cabeza— entonces, dices que ya estás lista, ¿lista para qué? —pre