Ella se gira en un acto reflejo al escuchar el nombre de su amigo, que no esperaba que yo trajera ahora.
—¡No! Brayan sería incapaz de hacer eso —alegó enseguida, cargada de indignación. —Me parece que tienes a tu amigo en un pedestal —continué, mientras cortaba la ensalada con movimientos precisos, como si lo que acabara de decir no fuera una bomba a punto de estallar—. Por lo poco que conozco y recuerdo de él, no era un santo, Clío. Se detuvo en seco. Lentamente levantó la cabeza para mirarme, claramente interesada, aunque sus ojos revelaban más confusión que certeza. Estoy seguro de que no tiene idea de quién es realmente su querido amigo, al que todavía defiende y admira con tanta devoción. —¿Qué quieres decir? Brayan siempre ha sido un chico muy correcto —replicó, mirándome