El último adiós
En el establo, Soledad, con las manos temblando, sostenía la inyección que terminaría con el sufrimiento de Alex.
Raúl, Diana y Saúl volvieron a entrar. Soledad, llena de dolor, les dijo que ya no iría a ningún lado, ella se quedaría en la finca hasta el día de la boda. Ella les convenció de que no tenían nada por qué preocuparse. Ellos lo aceptaron y se fueron, no sin antes decirle que regresarían un día antes de la boda para llevarla de regreso a su hogar.
Salieron dejándola sola. Diana pidió a Baltazar encargarse de vigilar a su hija y avisar de cualquier movimiento sospechoso. Él y su esposa aseguraron que así sería y se comprometieron a informar cualquier movimiento en falso que ella diera.
Con todos los cabos atados, los tres abandonaron la hacienda.
La fresca brisa cubrió el establo con un aire distinto. La luna brillaba. El silencio, cómplice de las maquinaciones más ruines, se coló por las rendijas del sucio establo. En la penumbra, un quejido lastimero