Conforme se internaban en la carretera y se alejaban de la ciudad, Soledad le contó todo lo que vio, cómo se sintió, finalmente, cómo escapó, y las mentiras que le dijo al policía para que terminara el interrogatorio. Selena, por su parte, escuchaba sin hacer mayores comentarios.
El asfalto oscuro, cual río sin fin, tragaba las luces a medida que avanzaban. La incertidumbre crecía. Soledad sabía que el futuro, cada vez más oscuro, vendría a ella para cobrarle con creces hasta el mínimo rasguño de Saúl. El ruido del motor se mezclaba con la música de la radio. Cortos recuerdos de una infancia ya lejana y feliz se agolparon en la mente de las dos mujeres. Rieron un rato, rompiendo la tensión que las rondaba. Incierto era el futuro, oscuro el presente.
Afuera, la sombra de los árboles se estiraba y se quedaba atrás. Adentro del coche, el cansancio se apoderaba de los ojos de Selena, cuyo cabeceo en dos ocasiones estuvo a punto de hacerla chocar. Soledad le propuso cambiar de lugar. Pa