Soledad sintió un poco de alivio en la patrulla. Con la rodilla y las manos raspadas, todavía temblaba. El oficial le ofreció una caja de pañuelos de papel para que se limpiara, y ella aceptó su ayuda con cierto recelo.
—Buenas noches, señorita. Soy el teniente Jimmy King. ¿Me puede describir lo que pasó con el mayor detalle posible, por favor? —preguntó el oficial. Su voz, tranquila y profesional, transmitía confianza, aunque no la suficiente como para que Soledad contara lo que realmente había pasado. —Mi nombre es Soledad Cadtro (—mintió—. Estaba caminando, quería regresar a casa, justo aquí, en esta calle —comentó Soledad con la voz aún temblorosa por el susto. —Entiendo. ¿Y qué sucedió después? —De repente, sentí que alguien me seguía. Corrí lo más rápido que pude, me caí y, antes de que pudiera levantarme, ya me habían quitado la cartera. El oficial asintió, con el ceño fruncido, mientras tomaba notas en su pequeña libreta. —¿Pudo ver a la persona? ¿Algún detalle que recuerde? ¿Era hombre o mujer, alto, bajo, alguna ropa específica? —No la vi bien, pero estoy segura de que era mujer. Una mujer de mediana edad, un poco más alta que yo, con una coleta. Por lo demás, fue todo muy rápido y estaba oscuro. —¿Y qué había en su cartera? —Cosas insignificantes, en realidad. Algo de dinero en efectivo, un labial, perfume y mis llaves de la casa. El oficial escribió diligentemente todos los detalles relatados por Soledad. —De acuerdo —dijo, cerrando su libreta—. Hemos enviado una patrulla para que dé una vuelta por la zona. Es importante que presente la denuncia formalmente para que podamos iniciar la investigación. —Gracias, oficial —dijo Soledad, sintiendo un leve alivio al pensar que su benefactor podría estar a salvo. —Haremos todo lo posible por detener a quien la robó —aseguró el oficial—. Lamento mucho que le haya pasado esto. Por favor, trate de recordar si hay algo más que pueda añadir, por mínimo que parezca. —Le informaré lo que sea si es que recuerdo algo, no dude que le llamaré —dijo Soledad intentando sonar segura. —¿Hay algo más en lo que podamos ayudarla? —preguntó el otro oficial que se había mantenido en silencio durante el interrogatorio. —Podrían llevarme a mi casa, por favor —dijo Soledad con un hilo de voz. —Claro que sí, denos su dirección y enseguida la llevamos. El oficial condujo hasta la dirección que Soledad le había dado y, antes de despedirse, le recalcó la opción de ir a la fiscalía para poner una denuncia. Soledad asintió con la cabeza y se bajó del coche después de dar las gracias. Con el vestido roto, Soledad llegó con el policía a la casa de su amiga, Selena Castro. Cuando Selena abrió la puerta, Soledad la abrazó antes de que pudiera decir nada y le dijo: —Hermana, tenías razón, no debí salir en la noche. Al mirarla, Selena pensó lo peor, pero Soledad la tranquilizó, diciéndole que estaba bien. Selena pronto entendió que Soledad estaba escapando de alguien. La consoló, pidiéndole que entrara. Juntas se abrazaron luego Selena agradeció al policía, se despidieron de él y entraron. Selena fue a buscar ropa para prestar a su amiga mientras Soledad se quedó en el sofá reviviendo todo. Pensó en un sinfín de posibilidades y planes hasta que Selena regresó con un conjunto deportivo y un par de zapatos. Soledad le recibió el conjunto cortésmente y se fue al baño a cambiarse. Cuando salió, Selena, llevada por la intriga, indagó sobre lo sucedido. Sin embargo, Soledad solamente dijo que necesitaba ir a la finca de su abuela a cuidar a su yegua y que en el camino le contaría a detalle todos los sucesos. Al notar el rostro grave de su amiga, Selena aceptó llevarla.