El silencio en la oficina de Don Ricardo era el tipo de silencio que precedía a tormentas. Gonzalo Álvarez estaba de pie frente al escritorio, el sobre con documentos abierto entre ellos, evidencia de quince años de traiciones cuidadosamente orquestadas esparcida como autopsia de una vida.

Don Ricardo leía cada página con precisión quirúrgica, su expresión volviéndose progresivamente más oscura. Alejandro estaba a su lado, leyendo por encima de su hombro. Camila permanecía cerca de la ventana, incapaz de mirar directamente a su padre, incapaz de apartar la mirada completamente.

—Este contrato—, dijo Don Ricardo finalmente, sosteniendo documento particular—. Fechado hace dos años. Justo antes del matrimonio de su hija Catalina con Príncipe Elian.

Miró a Gonzalo con algo parecido a disgusto.<