Y como si el universo respondiera a aquella sinfonía de corazones, Thor apareció en el jardín con la pequeña Safira en brazos. La bebé sollozaba bajito, con el rostro enrojecido apoyado en el pecho de su padre.
—Quiere algo que solo tú puedes darle, mi vida —dijo Thor con una sonrisa serena, acercándose y agachándose un poco para entregarle la niña a la madre.
Celina la recibió con ternura, guiada por un instinto casi sagrado. Acomodó a la bebé con cuidado en su regazo y la llevó al pecho con las manos suaves. Al sentir el calor del cuerpo de su madre, Safira se calmó de inmediato, como si ese fuera el único lugar seguro del mundo.
—Ya está, mi amor... mamá está aquí —susurró Celina mientras acariciaba la cabecita de la niña con los dedos—. No hay por qué llorar así.
La escena era tan dulce que parecía detener el tiempo. Thor se quedó allí, observándolas, con la mirada fija en su esposa y su hija, el corazón derretido ante aquella imagen de amor puro.
—Suegra —bromeó con cariño, miran