Gabriel volvió a la habitación ya vestido, con el cabello aún un poco húmedo, pero con la sonrisa calmada de siempre en el rostro.
—Oye, ¿qué tal si vamos a la cocina conmigo? Voy a preparar nuestro café —dijo él, con la voz suave.
Celina se sentó en la cama y negó con la cabeza con una sonrisa sin gracia.
—No necesitas, Gabriel... Ya di suficiente trabajo. En realidad, creo que ya es más que hora de que me vaya a casa.
—De ninguna manera. No acepto que te vayas de aquí sin tomar café conmigo. Es lo mínimo que puedo hacer, después de ayer —respondió él con esa manera encantadora que la hacía sentirse acogida.
Celina cedió con un suspiro leve y lo acompañó hasta la cocina. Mientras él tomaba las tazas y encendía la cafetera, se volteó hacia ella.
—¿Cómo te sientes hoy?
Ella apoyó los codos sobre la mesa y cruzó los dedos, respirando hondo.
—Mejor que ayer, sin dudas... —hizo una pausa y lo miró con ternura— Gracias, Gabriel. Por todo. Por haberme acogido aquí, por haber ido tras