Thor miró la pantalla y bufó, impaciente. Contestó.
—Hola.
La voz del otro lado era dulce, pero cargada de un tono forzado de cariño.
—Amor... ya no me llamas. ¿No quieres saber cómo estoy?
Thor frunció el ceño, puso los ojos en blanco y respondió, seco:
—Isabela, ¿ahora?
—Ay, amor... —insistió ella—. Te extraño. Tengo nostalgia...
Thor cerró los ojos con fuerza, tratando de mantener la calma.
—Estoy muy ocupado. Hablamos después.
—Necesitamos hablar. —insistió ella, la voz más baja, casi melosa.
—Cuando regrese, te busco. —Y sin dar espacio para más nada, colgó.
Tan pronto como Thor colgó la llamada abruptamente, Isabela se quedó mirando el celular en su mano, los ojos brillando de rabia.
—Maldito... —susurró entre dientes, apretando el aparato con fuerza.
Arrojó el teléfono encima de la cama con violencia y comenzó a caminar de un lado para otro, furiosa.
—Hay algo malo... —murmuró para sí misma—. Él nunca me trató así, nunca me dejó en el vacío de esta manera, como ha