Angélica tenía el corazón en la mano. Era una persona que no soportaba ver el sufrimiento de nadie, principalmente de los que amaba.

Isabela continuó con la actuación y respondió a su suegra:

—Pero yo lo amo —fingió un sollozo—. Amo demasiado a su hijo. Y él me está dejando de lado... nuestra boda se acerca. Estoy empezando a pensar que me está engañando.

Angélica suspiró.

—No digas eso. A veces Thor necesita tiempo. Sufrió tanto después de que quedó viudo... Pero te eligió a ti, Isabela. No dudes de eso.

—Pero me estoy deprimiendo con todo esto. Me siento invisible... sin valor —fingió una vez más, ahora con la voz más entrecortada—. Ayúdame, doña Angélica. Habla con él. Solo quiero ser feliz con el hombre que amo.

Del otro lado de la línea, hubo un silencio comprensivo.

—Voy a hablar con él, sí. Y tú, querida, trata de mantener la calma. Nada de precipitaciones. Te tengo mucho cariño.

—Gracias... gracias de verdad —dijo Isabela, antes de colgar, fingiendo estar emocionada.

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