El reloj marcaba las siete de la tarde cuando Isabella se miró por décima vez en el espejo. Se había cambiado de ropa 7 veces y se había cambiado el peinado unas 10, caminaba nerviosa por su departamento, miraba por la ventana, luego el reloj y luego el espejo.
El vestido azul claro que había elegido le caía justo por encima de las rodillas, y el cabello —suelto, con leves ondas— enmarcaba su rostro encendido por los nervios.
Intentó no parecer demasiado arreglada, pero el brillo en sus ojos la delataba.
—Tranquila, Isa… respira —murmuró para sí misma mientras ajustaba un mechón rebelde detrás de la oreja—. Es solo una cena… con el hombre más guapo que has visto en tu vida. Nada grave…
Sonó el timbre.
El corazón se le detuvo un instante.
Abrió la puerta con una sonrisa tímida… y allí estaba Michelle, apoyado en el marco, con un ramo de lirios blancos y una sonrisa que parecía salida de una película.
—Wow… —dijo él, bajando un poco la voz—. Te ves hermosa.
Isabella sintió que el aire