—Se lo diré. Le diré mi secreto —se dijo Taylor a sí mismo mientras conducía su coche, encaminándose a I’ll Castello. Se lo repetía una y otra vez, como si tuviese miedo a olvidarlo o a acobardarse. De alguna manera, reiterarlo le daba valor.
Al llegar, bajó del auto y entró al elevador para subir al octavo piso. Dio un respetuoso saludo a la nueva secretaria del CEO y tocó la puerta un par de veces antes de ser invitado a pasar.
—¡Taylor! —pronunció Josh, quien seguía en el despacho—. ¡Me da gusto verte!
—Hola, Josh —le brindó una sonrisa amigable y dirigió los ojos hacia Roger que no quitaba la vista de la notebook. La expresión que traía era la de alguien bastante irritado—. ¿Ocurre algo? —preguntó a Josh.
—Pues, empezamos el día con malas noticias —dijo y ambos se aproximaron al escritorio del CEO.
—Roger, ¿qué sucede? —cuestionó Taylor, a lo que el CEO levantó la mirada y se puso de pie.
—Pequeño Tay —caminó hasta el chico y lo rodeó con los brazos—. Qué bueno que ya llegas