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A las dos en punto Aaron se presentó en la oficina de William. A las dos con quince, apareció May, víctima de su problema con el reloj. Ambos ya bebían café y charlaban, cuando ella tocó la puerta y se metió dentro de la oficina como alma que se la llevaba el diablo.
Su respiración era agitada, tenía las mejillas sonrojadas y el cabello pelirrojo medio revuelto. De todos modos, a William le pareció que estaba muy bonita.
— Lo siento, el ascensor estaba malo — esgrimió como excusa a sus quince minutos de retraso.
William contempló el reloj, suspicaz.
— ¿Cu&