CAPÍTULO SIETE: REVELACIONES Y DECLARACIONES INESPERADAS.
Alice Collins. El aire de Londres siempre había tenido un olor a hogar, a historia y a obligación. Pero esta vez, traía consigo el olor a culpa, a miedo y a algo más… a un futuro inminente que no podía controlar. La mansión Collins no era solo una casa; era una fortaleza. Mientras la camioneta de James se acercaba a las imponentes puertas de hierro forjado, un sensor biométrico en la entrada escaneó el rostro del chófer, autorizando el paso con un suave clic automatizado. Las verjas se abrieron en un movimiento silencioso y preciso. El camino de gravilla nos llevó a la entrada principal. La puerta de roble, una pieza de arte en sí misma, se deslizó hacia un lado por sí sola. Un sistema de reconocimiento inteligente me había detectado. Mis padres, Damon y Adel, me esperaban en el umbral, con sus sonrisas impecables y sus posturas rígidas, calculando cada movimiento como en una partida de ajedrez. Pero algo en la coreografía de su bienvenida se rompió cuando James abrió las puertas de la camioneta. A mi lado, los gemelos dormían tranquilamente, ajenos a la vida que me veía obligada a ocultarle. Avy, mi niñera, ya estaba lista para bajar, con Aiden en sus brazos. — Hemos llegado, señora Alice —anunció James por el retrovisor. — Gracias, James —respondí, mi voz más firme de lo que sentía. — Llegó el momento de la verdad —murmuré, bajando la mirada. Salí del auto con mi hijo Aiden en brazos. — ¡Hija! —exclamó mi madre, su voz modulada para la ocasión. Pero se detuvo en seco. Los ojos de mi padre, siempre tan penetrantes, se agrandaron. Su mandíbula se desencajó. Ambos me miraron a mí y luego a los dos pequeños: a mi hijo Aiden en mis brazos y a Matt que dormía en los brazos de Avy. — ¿Qué es esto? —comenzó mi madre, su voz, un susurro de incredulidad. Mis padres no reaccionaron. Se quedaron allí, inmóviles, como dos estatuas de sal. — Avy —dije—, lleva a mis hijos a mi habitación, por favor —ordené. La mención hizo que mi madre se tambaleara, y mi padre, con el ceño fruncido, asintió. — Estarán cómodos. Se encuentra en el ala oeste —dije, esperando que mi voz no delatara la desesperación. — ¡Mis hijos, mamá! ¡Papá! —les dije, una vez que Avy se marchó, dejándonos a los tres solos. James también había seguido su camino. El silencio se rompió con un murmullo de mi madre, tan bajo que solo lo pude descifrar por la forma en que sus labios temblaban. — ¡Alice…! ¿Qué es esto? ¿Es una broma? —se rio, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Mi corazón latía con fuerza contra mis costillas. Llevaba años sin pisar esta casa con un secreto tan grande. — ¿No quedamos aquí? —dije, señalando con las manos a nuestro alrededor. Pasé por su lado y me adentré en la casa. Al cruzar la puerta, me encontré con el olor a hogar, a recuerdos de mi niñez, pero también a una vida de reglas, etiquetas y protocolos. — Nada ha cambiado —exclamé, mientras caminaba al despacho de mi padre. Los esperé sentada con las piernas cruzadas. mostrando una serenidad que no sentía. Me encontraba nerviosa, mi corazón bombeaba la sangre más rápido de lo normal. ¿Cómo no? No todos los días me presento delante de mis padres con dos hijos y ellos siendo sus abuelos. «Y cuando se enteren que no conozco a su padre...» me llevé la mano a la cabeza al pensar en eso último. La puerta se abrió y detrás de ella se mostraron las figuras de mi padre y mi madre, quien tenía un ligero brillo de sudor en la frente. El salón se sintió vacío. Mi padre caminó hacia mí y me señaló uno de los sofás. Me senté nuevamente para escucharlos. — Tu madre y yo hemos estado hablando —dijo, y su voz tomó un tono que siempre precedía a una discusión de negocios—. Tu regreso a Londres es oportuno, pero lo que nunca imaginamos es que traerías un secreto. Hice el gesto de hablar, pero él me hizo una señal con la mano para que me esperara. —¡Pero! —dijo, guardando silencio por un segundo—, esta noticia no cambiará nada de nuestros planes. De lo que tenemos para tu futuro. Fruncí el ceño al escucharlo, y aún no sabía a qué se refería exactamente. — Sin rodeos, papá —gruñí. — A su debido tiempo —respondió—. Ahora, explícame, ¿cómo carajo nos ocultaste a esos dos pequeños por tanto tiempo? ¿Y cómo te apareces aquí así como si nada? —rugió, dando un golpe seco contra la madera de su escritorio. Dando un respingo en el asiento por su exaltación, parpadeé sintiéndome angustiada. Nunca había visto a mi padre de esa manera. — ¿Papá? —dije, tragando el nudo que se me formó en la garganta. No pensaba contarle cómo pasó y tal vez nunca lo hiciera. Lo importante ahora era que los tenía conmigo. — Es mi responsabilidad —manifesté, pensando en lo que hice esa noche y la decisión de tenerlos—. Lo importante es que tengo a mis hijos conmigo, papá. Tal vez me equivoqué al ocultarlo, pero ya estoy aquí con ellos. —le hice saber. — Espero que, al menos, los conozcan. Son adorables —dije, y mi voz se quebró. Deseaba que mis padres los amaran como yo a ellos, que fuéramos una familia realmente. Asintió. — ¿Quién es el padre? ¿Por qué no está aquí contigo? Me tenés, sintiendo un sudor frío recorrer mi espalda. La tensión seguía en el aire, y mi madre permanecía muda, paseándose de un lado a otro. — No está conmigo —declaré—. Él no sabe de su existencia —confesé la verdad. — ¿Cómo? —Mi padre se levantó. — Así como lo oyes, papá. — Entonces —dijo, llevándose la mano al mentón, sin suavizar el tono—. Mis planes siguen en pie. — ¡A qué te refieres! —pregunté. — Hemos iniciado conversaciones para una fusión con un conglomerado de alimentos y bebidas. Su nombre es Vaughn Enterprises. Son un imperio en su sector y, unidos, seríamos imparables. El nombre resonó en mis oídos. Vaughn. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Era la primera vez que escuchaba el nombre completo. — ¿Vaughn? ¿El imperio de los Vaughn? —pregunté, intentando ocultar mi pánico. — El mismo. Su heredero, Matthew Vaughn, es un genio de los negocios. Joven, implacable, y ya ha tomado el control de la compañía. Se rumorea que está en Londres y que quiere cerrar el trato. Hemos pensado una cena esta noche para hablar del tema. Mi corazón se detuvo. Matthew Vaughn. El hombre del aeropuerto, el dueño de la tarjeta, el padre de mis hijos. La misma persona con la que mi padre quería que me uniera en un negocio. El pánico me asfixió. Sentí que toda mi vida se desmoronaba. Lo que yo quería ocultar era exactamente lo que mis padres pretendían que fuera parte de mi vida. «No era asi, como quiero las cosas, de hecho no se como la quiero, pero definitivamente no es esta» pense. — ¿Qué tipo de trato? —pregunté, mi voz apenas tenía un susurro. Mi padre sonrió, una sonrisa llena de orgullo y poder. — Un trato entre familias. Un compromiso de matrimonio, hija. — Tus hijos tendrán un padre —declaró con sarcasmo.