El sonido de las llaves girando en la cerradura rompió la quietud de la casa. Apenas se abrió la puerta, un pequeño torbellino de energía se lanzó hacia el hombre que acababa de entrar.
—¡Papá, llegaste! —exclamó Nicolás, con los ojos brillando de emoción mientras corría a abrazar a Andrés con todas sus fuerzas.
Andrés, aún con el maletín en la mano, se agachó de inmediato para recibirlo entre sus brazos. Lo alzó del suelo y lo estrechó contra su pecho, sintiendo el calor del cuerpecito de su hijo y la felicidad pura que emanaba de él.
—Hijo, ya llegué de mi viaje de negocios —dijo Andrés con una sonrisa cálida, mientras acariciaba la cabecita de Nicolás con ternura—. Te extrañé mucho.
Desde el sofá de la sala, Mariana los observaba en silencio. Una mezcla de emociones invadía su ser pero sentía nostalgia, ternura, tristeza... pero también una chispa de esperanza. Verlos juntos, ver la manera en que Andrés se derretía por su hijo, removía sentimientos que creía dormidos.
"¿Y si me ar