Imperio.
Dos días después Ofelia fue dada de alta, volvimos a casa en compañía de Luciano quien se hizo cargo de subir a la pequeña Luciana a la habitación y yo me hacía cargo de Ofelia. El cuadro era hermoso, pero no duradero. Luciano estaba enamorado de la niña, enamorado de la idea de ser padre, pero no así de Ofelia y era algo que no debíamos olvidar. Me preocupaba que ella llegara a malinterpretar la preocupación y dedicación de Luciano y terminara lastimada nuevamente.
—¿Está despierta? —preguntó Ofelia al ver a Luciano mecerla entre sus brazos. Él la miró y negó.
—No, imagino que tiene hambre, está chupándose un dedito —respondió acercándose a Ofelia para dejarle a la pequeña entre sus brazos y pudiera alimentarla.
Salí de la habitación