Al día siguiente Fernando, fue hasta la casa de su padre, necesitaba comunicarle a él y su hermano, sobre la enfermedad de Eugenia.
Cuando llegó se sorprendió al ver a una señora de más de cuarenta años, de piel trigueña, ojos marrones, cabello castaño, quién servía el desayuno en ese momento.
—Gabriela, deje eso —solicitó el señor García—, quiero presentarle a mi hijo mayor.
La mujer dirigió su mirada al joven, le brindó una sincera sonrisa.
—Mucho gusto —pronunció ella.
—Fernando, la señora Gabriela, es quien nos ayuda con la limpieza y cocina de la casa, es de quién te he hablado —explicó Ángel.
—Un gusto, señora —expresó con educaci&oacut